Ignoro por arte de qué sortilegio el otrora intransigente y plañidero público del Cartagena se ha tornado de repente tan optimista y condescendiente con sus jugadores. Tampoco sé muy bien si tal comportamiento obedece a un verdadero cambio de mentalidad en la afisión, obrado milagrosamente durante mi meditada ausencia, o, simplemente, es fruto de un momento de enajenación mental colectiva (y transitoria) provocada por los últimos resultados del Efesé. Lo que sí sé es que me llena de orgullo confesar que fue la imagen de una afición entusiasta y entregada con el equipo lo que más me conmovió el día de mi regreso al estadio.
Mi amigo Jose tiene la teoría, nada descabellada, de que, realmente, se está produciendo un relevo generacional en la afisión y que es la arrogancia de la juventud, libre de prejuicios del pasado (y llena de fuerza para el futuro) la que, poco a poco, está consiguiendo desplazar a ese sector de la hinchada históricamente preocupado por criticar y cercenar las ilusiones del resto antes que de apoyar y comprometerse con el equipo. Considera, a quien me unen no pocos vínculos afectivos, que es, por tanto, el momento ideal para lograr el ascenso y que éste sirva de banderín de enganche a toda una prole de aficionados que, venturosos ellos, tienen el alma limpia de las muchas puñaladas que a los más veteranos nos ha ido dando el Efesé a lo largo de su historia.
Yo acogería con los brazos abiertos tan feliz conjetura si no fuera por el hecho de que, viendo el estado de la juventud actual en nuestro país, me cuesta creer que ésta sea capaz de aspirar a grandes hazañas, y mucho menos, a una tan gorda como la de acabar con la proverbial e histórica apatía de la afición cartagenera. No obstante, he de confesar que me excita sobremanera la posibilidad de un cambio de actitud en la afisión que, encabezado por la gente más joven, sea capaz de acabar con tantos años de desgracia deportiva. Espero, por tanto, que lo visto el pasado domingo frente al Fuerteventura no sea un espejismo y el graderío del Cartagonova persista en esta nueva actitud de apoyo y auxilio hacia el equipo justo ahora que es cuando más lo necesita.
En cuanto a lo visto sobre el terreno de juego el pasado domingo, y aunque yo ya contaba con que el Cartagena se impondría con facilidad a un equipo tierno como el canario, me sorprendió agradablemente el buen hacer de futbolistas como Tato o Hector Yuste. Especialmente me gustó este último, por su gran criterio a la hora de repartir juego y por lo que de simbólico tiene ver a un futbolista de la tierra desempeñando un papel tan importante en el Efesé. Tampoco anduvieron mal jugadores como Mena o Txiqui (quien tengo entendido que jugó fuera de su demarcación habitual) pero, al margen de individualidades, he de decir que, sobre todo, me gustó el carácter solidario de todo el equipo a la hora de defender y el compromiso y pundonor con el que porfiaban por cada balón. Todo esto me hace sospechar que la plantilla, a diferencia de otros años en los que la clasificación se ha conseguido varias jornadas antes del final del campeonato, va a llegar muy enchufada al Play-Off y que, definitivamente, este puede ser el año que tanto llevamos esperando.
Por lo demás, mi regreso al estadio transcurrió con normalidad y por momentos (sobre todo viendo el calamitoso arbitraje) pensé que, en verdad, no había pasado el tiempo. Sin embargo, lo más importante para mí, al margen de aspiraciones ascensoristas o cambios de talante en la afición, fue el cálido recibimiento (y algún que otro abrazo) que me brindaron algunos viejos amigos y compañeros de graderío. Es reconfortante comprobar que le siguen apreciando a uno; como reconfortante fue, también, el comprobar que, tras mucho tiempo sin hacerlo, era capaz de volver a emocionarme con un gol del Efesé. Y es que a veces un descanso nunca viene mal.