No sé los demás pero, al menos yo, y por ridículo que parezca, cada vez que veo repetida la jugada de Carmona y el gol del ascenso, tengo miedo de que lo fallemos. La historia, cruel con el Cartagena hasta la saciedad, ha logrado que los aficionados dudemos hasta de la realidad cuando ésta nos favorece. Sí, cuesta creerlo. Tanto es así que mi imaginación se deleita cada vez que me acuerdo de que estamos en Segunda A y, en cierto modo, es como si ascendiéramos de nuevo cada vez que lo revivo. Sencillamente increíble. Lo vivido en El Collao es por y para siempre algo histórico; un recuerdo y unas vivencias para coleccionar; igual que el trozo de entrada o red de la portería de Gol A perforada por Juan Pablo en el minuto 92 que, lógicamente, conservo a buen recaudo.
Fueron momentos de nervios, desenfreno y lágrimas. Los seis segundos más largos de mi vida; veo que Carmona (todo fuerza y coraje) logra arrebatarle un balón increíble a Fernando Martín. Miro al árbitro por si pita falta, está claro que no ha sido, pero nunca se sabe con un trencilla que ha expulsado a Viyuela por error y se ha comido un penalti a favor del Alcoyano. Carmona sale con una fuerza increíble, con fe, imparable, le empuja el aliento de Cartagena entera, se planta ante Maestro, ve por el rabillo del ojo a Juan Pablo y le cede el balón al sevillano, que iba ya sonriendo antes de recibir el pase, consciente de que iba a ser el autor del gol del ascenso; delirio en el graderío de El Collao donde cientos de cartageneros tocan el cielo de felicidad.
Me abrazo con Jose, con Jorge, con mi padre, mientras todavía grito el gol con voz quebrada. Segundos antes las caras eran de circunstancias y sólo el más optimista hablaba de llegar, con mucha suerte, a los penaltis. Juan Pablo se dirige a nuestra zona andando como si tal cosa, con pasmosa templanza torera y con una cara de satisfacción que parece decir: “aquí os traigo el ascenso”. Mariano viene detrás visiblemente emocionado, lo agarra, lo abraza; detrás de ellos cada jugador lo celebra como le sale del alma. Veo a Rubén correr desde la portería y atravesar todo el campo hasta la grada contraria, a Carmona quitarse la camiseta y patearla con gesto de rabia. También veo a jugadores del Alcoyano tirados en el césped con las manos en la cabeza.
Entonces recuerdo que escalones más arriba está mi amigo José Barrio quien sufrió y luchó lo indecible por este equipo cuando venían mal dadas. Me abro paso entre la gente como buenamente puedo y cuando llego a él lo estrecho entre mis brazos (más bien me estrecha él a mí), momento en el que apenas puedo contener el llanto. No hicieron falta palabras. No sé lo que pasa en el terreno de juego cuando bajo a mi ubicación original. Parece que ya se ha reanudado el partido y se han arrojado algunos objetos al campo; hasta un conejo, que podrá presumir de haber visto el ascenso del Efesé en Alcoy, corre por el campo. Ya todo da igual. Sólo quiero que pite el árbitro para saltar al césped y festejar lo que ya nadie nos puede quitar.
Final, la gente sale disparada a saltar, gritar y celebrarlo. Yo no me aguanto, burlo el mini cordón policial y accedo al césped de El Collao, divago sin rumbo fijo entre jugadores y periodistas abrazándome con todo aquel que conozco. También es probable que me abrazara con gente que no conozco; no lo recuerdo bien. Veo que Mariano, extenuado y sin camiseta logra acceder a la grada a rodear con sus brazos a alguien especial, probablemente de su familia. Cuando vuelve al césped no tiene siquiera fuerzas para volver a saltar la valla que separa el terreno de juego del graderío. Está extenuado por el esfuerzo. Me pide ayuda casi sin voz y lo sostengo, desde el corner, para que pueda bajar. Entre su torso desnudo y su cara desencajada la escena recuerda, exagerando un poco, a la del trono cartagenero de El Descendimiento.
Un grupo de personas corre, parece que algunos hinchas del Alcoyano buscan gresca y vienen a repartir mandobles. Ni caso, la marea blanquinegra, después de 21 años de travesía por el desierto, no está para tonterías y sigue a lo suyo. Nadie entra al trapo y la policía hace su trabajo. Otros alcoyanistas, sin embargo, nos aplauden desde la grada. La afición; mi afición, a la que tanto he criticado y a la vez tanto quiero, me emociona olvidándose de los festejos y coreando el nombre de DE-POR-TI-VO a la vez que les devuelve el aplauso. Ejemplar el comportamiento de la hinchada del Cartagena. Qué orgullo ser de nuestra tierra.
No acaban ahí las emociones. En medio del maravilloso caos, incluso los aficionados más prudentes vencen su timidez e invaden también el terreno de juego en una segunda y definitiva oleada que deja sin claros el césped de El Collao. Ya es enteramente cartagenero. Fotos, abrazos, celebraciones con jugadores y, por supuesto, trofeos para el recuerdo; un alborotado aficionado va dando saltos al tiempo que sostiene una bota (de fútbol) en la mano y nos la muestra al resto orgulloso. “¡¡Mirad, tengo la bota de Carmona, la bota de Carmona!!” exclama.
Aún no es noche cerrada en Alcoy. Bajo los últimos rayos de luz comienzo a ver entonces más cartageneristas de los buenos, de los pata negra. Gente con la que he vivido mil y una aventuras al lado del Cartagena y que no sabía a ciencia cierta si habrían conseguido una entrada para apoyar a su Efesé del alma en tierras alicantinas. Me encuentro con Domingo, nos abrazamos (nos besamos, qué coño) y mientras reparo en lo difícil que ha sido este año para él, le susurro algo al oído de lo que no me acuerdo. No cabe más emoción. Bueno, sí. “¡¡Juanan, Juanan!!” me llama una voz entre el gentío. Me giro y es Joaquín. Me abraza y me pregunta, sabedor de la mutua admiración que nos profesamos su hermano y yo: “¿Has visto ya a mi hermano Toni? “ Le contesto que no y, prácticamente, me lleva de la mano hasta donde se encuentra una de las personas que más quiere al Efesé en este mundo. Alguien con quien, mano a mano, una madrugada de hace seis años, llené la Alameda y medio centro de Cartagena con carteles caseros, de cartulina, que pretendían concienciar a la gente de la importancia de ir al estadio para apoyar al club en unos momentos bastante diferentes a los actuales. Cuando llego a su altura y me ve, se le pone un nudo en la garganta y temo que se derrumbe por completo entre mis brazos. Los dos aguantamos bastante bien el tirón pero ya es demasiado para mi cuerpo y el que se derrumba soy yo cuando compruebo que mi padre, persona cabal y prudente, también ha accedido al campo y se dirige hacia mí. Salgo a su encuentro y me abrazo al hombre que cuando yo tenía ocho años, y acabábamos de mudarnos a Alicante, decidió aliviar un poco mi nostalgia llevándome al Rico Pérez a ver jugar al equipo de fútbol de nuestra ciudad contra el Hércules de Alicante. Involuntariamente fue él quien dispuso lo importante que iba a ser el Efesé en mi vida. “¿Ves como esta vez sí? Te lo dije papá, te lo dije.”
La fiesta continúa. Se ha esperado tanto este momento que nadie quiere irse de allí. Si existe el paraíso, pienso que poco debe diferenciarse de aquello. Los jugadores, que están casi todos en paños menores, siguen dándose un baño de multitudes. La gente corea los nombres de los héroes; Hector, Viyuela, Carmona, Armando… y también del entrenador Paco Jémez que ha triunfado donde tantos y tantos otros han pinchado. Le doy las gracias a todos los miembros de la plantilla que me cruzo por hacerme tan feliz. “De ninguna manera, gracias a vosotros”, me dice Tato. La policía por fin ha renunciado a evitar que los aficionados intenten cortar las redes de las porterías. "Déjalos, no hacen mal a nadie" le dice uno a otro.
La cosa, no obstante, está ya más calmada y la felicidad deja paso a una gran sensación de alivio. Es el momento de pensar en ir a Cartagena y celebrarlo en el submarino donde, según me dice Jorge, que ha hablado por teléfono con Cartagena, ya hay cientos de cartageneros celebrando el ascenso. El teléfono… noto vibrar el mío pero no me da tiempo a cogerlo. Lo miro y veo 8 llamadas perdidas y 5 mensajes. Pedro, de Almería, que hasta última hora se quedó reventando por venir; Juansa, cartagenero residente en Elche que no renuncia a sus raíces; Picazo, que se vino a Vecindario y se hizo abonado del Efesé a pesar de ser madrileño y no tener vínculos, más que su amistad conmigo, con nuestra tierra. Todos quieren darme la enhorabuena y compartir su felicidad por el ascenso del Efesé. Ya habrá tiempo de hablar con ellos, no me salen las palabras.
Ahora sí, es de noche, y hay que ir pensando en irse. Ha sido una tarde gloriosa que nos ha recordado a todos que la vida no tiene por qué traernos sólo cosas negativas. No hay gafe, no hay conspiraciones del destino. Todo eso es furufalla y grea. Las cosas buenas también ocurren en Cartagena y a partir de ahora… a partir de ahora preparémonos porque, entre todos, no vamos a parar hasta que se escriba un libro con el siguiente título: "Las venturas del Efesé y alguna que otra desventura"
Fueron momentos de nervios, desenfreno y lágrimas. Los seis segundos más largos de mi vida; veo que Carmona (todo fuerza y coraje) logra arrebatarle un balón increíble a Fernando Martín. Miro al árbitro por si pita falta, está claro que no ha sido, pero nunca se sabe con un trencilla que ha expulsado a Viyuela por error y se ha comido un penalti a favor del Alcoyano. Carmona sale con una fuerza increíble, con fe, imparable, le empuja el aliento de Cartagena entera, se planta ante Maestro, ve por el rabillo del ojo a Juan Pablo y le cede el balón al sevillano, que iba ya sonriendo antes de recibir el pase, consciente de que iba a ser el autor del gol del ascenso; delirio en el graderío de El Collao donde cientos de cartageneros tocan el cielo de felicidad.
Me abrazo con Jose, con Jorge, con mi padre, mientras todavía grito el gol con voz quebrada. Segundos antes las caras eran de circunstancias y sólo el más optimista hablaba de llegar, con mucha suerte, a los penaltis. Juan Pablo se dirige a nuestra zona andando como si tal cosa, con pasmosa templanza torera y con una cara de satisfacción que parece decir: “aquí os traigo el ascenso”. Mariano viene detrás visiblemente emocionado, lo agarra, lo abraza; detrás de ellos cada jugador lo celebra como le sale del alma. Veo a Rubén correr desde la portería y atravesar todo el campo hasta la grada contraria, a Carmona quitarse la camiseta y patearla con gesto de rabia. También veo a jugadores del Alcoyano tirados en el césped con las manos en la cabeza.
Entonces recuerdo que escalones más arriba está mi amigo José Barrio quien sufrió y luchó lo indecible por este equipo cuando venían mal dadas. Me abro paso entre la gente como buenamente puedo y cuando llego a él lo estrecho entre mis brazos (más bien me estrecha él a mí), momento en el que apenas puedo contener el llanto. No hicieron falta palabras. No sé lo que pasa en el terreno de juego cuando bajo a mi ubicación original. Parece que ya se ha reanudado el partido y se han arrojado algunos objetos al campo; hasta un conejo, que podrá presumir de haber visto el ascenso del Efesé en Alcoy, corre por el campo. Ya todo da igual. Sólo quiero que pite el árbitro para saltar al césped y festejar lo que ya nadie nos puede quitar.
Final, la gente sale disparada a saltar, gritar y celebrarlo. Yo no me aguanto, burlo el mini cordón policial y accedo al césped de El Collao, divago sin rumbo fijo entre jugadores y periodistas abrazándome con todo aquel que conozco. También es probable que me abrazara con gente que no conozco; no lo recuerdo bien. Veo que Mariano, extenuado y sin camiseta logra acceder a la grada a rodear con sus brazos a alguien especial, probablemente de su familia. Cuando vuelve al césped no tiene siquiera fuerzas para volver a saltar la valla que separa el terreno de juego del graderío. Está extenuado por el esfuerzo. Me pide ayuda casi sin voz y lo sostengo, desde el corner, para que pueda bajar. Entre su torso desnudo y su cara desencajada la escena recuerda, exagerando un poco, a la del trono cartagenero de El Descendimiento.
Un grupo de personas corre, parece que algunos hinchas del Alcoyano buscan gresca y vienen a repartir mandobles. Ni caso, la marea blanquinegra, después de 21 años de travesía por el desierto, no está para tonterías y sigue a lo suyo. Nadie entra al trapo y la policía hace su trabajo. Otros alcoyanistas, sin embargo, nos aplauden desde la grada. La afición; mi afición, a la que tanto he criticado y a la vez tanto quiero, me emociona olvidándose de los festejos y coreando el nombre de DE-POR-TI-VO a la vez que les devuelve el aplauso. Ejemplar el comportamiento de la hinchada del Cartagena. Qué orgullo ser de nuestra tierra.
No acaban ahí las emociones. En medio del maravilloso caos, incluso los aficionados más prudentes vencen su timidez e invaden también el terreno de juego en una segunda y definitiva oleada que deja sin claros el césped de El Collao. Ya es enteramente cartagenero. Fotos, abrazos, celebraciones con jugadores y, por supuesto, trofeos para el recuerdo; un alborotado aficionado va dando saltos al tiempo que sostiene una bota (de fútbol) en la mano y nos la muestra al resto orgulloso. “¡¡Mirad, tengo la bota de Carmona, la bota de Carmona!!” exclama.
Aún no es noche cerrada en Alcoy. Bajo los últimos rayos de luz comienzo a ver entonces más cartageneristas de los buenos, de los pata negra. Gente con la que he vivido mil y una aventuras al lado del Cartagena y que no sabía a ciencia cierta si habrían conseguido una entrada para apoyar a su Efesé del alma en tierras alicantinas. Me encuentro con Domingo, nos abrazamos (nos besamos, qué coño) y mientras reparo en lo difícil que ha sido este año para él, le susurro algo al oído de lo que no me acuerdo. No cabe más emoción. Bueno, sí. “¡¡Juanan, Juanan!!” me llama una voz entre el gentío. Me giro y es Joaquín. Me abraza y me pregunta, sabedor de la mutua admiración que nos profesamos su hermano y yo: “¿Has visto ya a mi hermano Toni? “ Le contesto que no y, prácticamente, me lleva de la mano hasta donde se encuentra una de las personas que más quiere al Efesé en este mundo. Alguien con quien, mano a mano, una madrugada de hace seis años, llené la Alameda y medio centro de Cartagena con carteles caseros, de cartulina, que pretendían concienciar a la gente de la importancia de ir al estadio para apoyar al club en unos momentos bastante diferentes a los actuales. Cuando llego a su altura y me ve, se le pone un nudo en la garganta y temo que se derrumbe por completo entre mis brazos. Los dos aguantamos bastante bien el tirón pero ya es demasiado para mi cuerpo y el que se derrumba soy yo cuando compruebo que mi padre, persona cabal y prudente, también ha accedido al campo y se dirige hacia mí. Salgo a su encuentro y me abrazo al hombre que cuando yo tenía ocho años, y acabábamos de mudarnos a Alicante, decidió aliviar un poco mi nostalgia llevándome al Rico Pérez a ver jugar al equipo de fútbol de nuestra ciudad contra el Hércules de Alicante. Involuntariamente fue él quien dispuso lo importante que iba a ser el Efesé en mi vida. “¿Ves como esta vez sí? Te lo dije papá, te lo dije.”
La fiesta continúa. Se ha esperado tanto este momento que nadie quiere irse de allí. Si existe el paraíso, pienso que poco debe diferenciarse de aquello. Los jugadores, que están casi todos en paños menores, siguen dándose un baño de multitudes. La gente corea los nombres de los héroes; Hector, Viyuela, Carmona, Armando… y también del entrenador Paco Jémez que ha triunfado donde tantos y tantos otros han pinchado. Le doy las gracias a todos los miembros de la plantilla que me cruzo por hacerme tan feliz. “De ninguna manera, gracias a vosotros”, me dice Tato. La policía por fin ha renunciado a evitar que los aficionados intenten cortar las redes de las porterías. "Déjalos, no hacen mal a nadie" le dice uno a otro.
La cosa, no obstante, está ya más calmada y la felicidad deja paso a una gran sensación de alivio. Es el momento de pensar en ir a Cartagena y celebrarlo en el submarino donde, según me dice Jorge, que ha hablado por teléfono con Cartagena, ya hay cientos de cartageneros celebrando el ascenso. El teléfono… noto vibrar el mío pero no me da tiempo a cogerlo. Lo miro y veo 8 llamadas perdidas y 5 mensajes. Pedro, de Almería, que hasta última hora se quedó reventando por venir; Juansa, cartagenero residente en Elche que no renuncia a sus raíces; Picazo, que se vino a Vecindario y se hizo abonado del Efesé a pesar de ser madrileño y no tener vínculos, más que su amistad conmigo, con nuestra tierra. Todos quieren darme la enhorabuena y compartir su felicidad por el ascenso del Efesé. Ya habrá tiempo de hablar con ellos, no me salen las palabras.
Ahora sí, es de noche, y hay que ir pensando en irse. Ha sido una tarde gloriosa que nos ha recordado a todos que la vida no tiene por qué traernos sólo cosas negativas. No hay gafe, no hay conspiraciones del destino. Todo eso es furufalla y grea. Las cosas buenas también ocurren en Cartagena y a partir de ahora… a partir de ahora preparémonos porque, entre todos, no vamos a parar hasta que se escriba un libro con el siguiente título: "Las venturas del Efesé y alguna que otra desventura"