Artículo publicado 9/5/2007 tras una dolorosa derrota del Efesé en Aguilas.
Es cierto que algunos de los buenos (de los que de verdad sienten estos colores) no pudieron estar el otro día en Aguilas. Del mismo modo, es posible que alguno de los que sí estuvo, no cumpla con la condición de aficionado ejemplar y apareciera allí por casualidad o porque no tenía nada mejor que hacer. Sin embargo, en líneas generales, los 300 cartageneros presentes en El Rubial el pasado domingo, cual espartanos, son un orgullo para esta ciudad y conforman ese minúsculo e incomprendido grupo que algún día habrá de contar y cantar las victorias del Efesé… pero no todavía.
Condenados a ser hinchas de un equipo desgraciado, a ver fútbol del malo, y a ser objeto de mofa por parte de amigos y conocidos que no entienden su “peculiar” afición. Son aficionados de primera encerrados en tercera; son los mismos que se limpian cada domingo su butaca llena de mugre desde hace años, los que suspiran de envidia cuando ven a ciudades más modestas saborear las mieles del éxito o esbozan media sonrisa resignada cuando “ése equipo que nos privó del ascenso aquél año”, es motivo de actualidad por cualquier caprichoso motivo del destino. Son los que lloran en silencio unos fracasos que no parecen acabar nunca, y se sienten impotentes ante la apatía y dejadez del resto. Una dejadez y una apatía que les impide avanzar como un solo hombre y ser más numerosos…más fuertes.
Ellos no eligieron ser del Cartagena. El Cartagena les eligió a ellos. Aunque muchos tienen oportunidad de ver fútbol de superior categoría, reniegan una y otra vez de la misma escandalizados ante la sola posibilidad de perderse un partido de su Efesé. Llevan en vena esta droga que son los colores blanquinegros. Una droga que les está quitando la vida poco a poco pero que necesitan para seguir siendo ellos mismos. No lo pueden evitar; están atados, como Ulises, al mástil de un barco que se ha hundido y naufragado cientos de veces. Son rehenes del infortunio… pero les da igual. Aunque ese barco se vuelva a hundir...allí estarán.
Se les conoce también como los desheredados, los desventurados…los desdichados que sufren cuando otro, menos aficionado que ellos, insulta a uno de los nuestros o profana sin educación un respetuoso minuto de silencio en el estadio proyectando una imagen detestable de lo que ellos quieren tanto. Ciertamente, son unos incomprendidos. Para sus adentros lamentarán una y otra vez ser de este club o pertenecer a esta ciudad en la que hay tanto mediocre y conformista. Pero de puertas para afuera se mostrarán altivos, y proclamarán en voz alta su condición de hinchas del Efesé. No, no cambiarían por nada del mundo el orgullo que sienten de ser cartageneros y amar estos colores.
Son los mejores aficionados que puede haber; fieles escuderos del estandarte de las cuatro torres por los tiempos de los tiempos; son el único y verdadero patrimonio de este Club. Maltratados por el destino, les hace tanta ilusión estrecharle la mano a Mariano Sánchez como al mejor madridista estrechársela a Raúl o al mismísimo Zidane. Para ellos no hay diferencias ¿habría de haberlas? Jamás. Nadie quiere a ningún equipo tanto como ellos al suyo. Esté en la categoría que esté…
Llegará un día, por lejano que parezca, en el que ocurra lo inesperado…lo imposible. Ese será el día en el que Cartagena se teñirá de blanco y de negro y por sus calles, alborozados, se cuenten por miles los aficionados que paseen su dicha ataviados con una camiseta o una bufanda de rigor. Marcharán en romería rumbo al submarino o a la Plaza de España para dar rienda suelta a su júbilo y poner fin a una larga travesía que, repleta de penalidades, duró demasiados años y se cebó injustamente con toda una generación. Sí, todos serán del Efesé; El padre, el suegro, la hermana y hasta la abuela se felicitarán y brindarán entre el llanto y las carcajadas por la gesta conseguida y por la ventura de poder ver al equipo de la ciudad, por fin, donde de verdad se merece.
Entonces todo será perfecto, todo encajará…excepto una cosa; esos no serán ellos…
No, su sonrisa les delatará…será distinta, su llanto será distinto y su satisfacción será distinta. Se reconocerán entre sí y se lanzarán miradas cómplices entre el bullicio. Sus alaridos de alegría resonarán entonces con tal estruendo que harán temblar los cimientos de una ciudad harta del fracaso que por fín comenzará a ver la luz.
Ellos serán aquellos cuyos derechos, ganados a lo largo de los años, se vean pisoteados e igualados a los del resto de aficionados de nuevo cuño. No les importará. Serán los mismos a los que no hará falta llamar si se vuelve a caer de nuevo en desgracia porque estarán allí los primeros; los encargados de contarles a las nuevas generaciones como era el Cartagena cuando no jugaba en Primera División.
Ellos sois vosotros, los que inundais cada domingo las gradas del Cartagonova con vuestra esperanza e ilusión; la orgullosa afición del Cartagena.
Es cierto que algunos de los buenos (de los que de verdad sienten estos colores) no pudieron estar el otro día en Aguilas. Del mismo modo, es posible que alguno de los que sí estuvo, no cumpla con la condición de aficionado ejemplar y apareciera allí por casualidad o porque no tenía nada mejor que hacer. Sin embargo, en líneas generales, los 300 cartageneros presentes en El Rubial el pasado domingo, cual espartanos, son un orgullo para esta ciudad y conforman ese minúsculo e incomprendido grupo que algún día habrá de contar y cantar las victorias del Efesé… pero no todavía.
Condenados a ser hinchas de un equipo desgraciado, a ver fútbol del malo, y a ser objeto de mofa por parte de amigos y conocidos que no entienden su “peculiar” afición. Son aficionados de primera encerrados en tercera; son los mismos que se limpian cada domingo su butaca llena de mugre desde hace años, los que suspiran de envidia cuando ven a ciudades más modestas saborear las mieles del éxito o esbozan media sonrisa resignada cuando “ése equipo que nos privó del ascenso aquél año”, es motivo de actualidad por cualquier caprichoso motivo del destino. Son los que lloran en silencio unos fracasos que no parecen acabar nunca, y se sienten impotentes ante la apatía y dejadez del resto. Una dejadez y una apatía que les impide avanzar como un solo hombre y ser más numerosos…más fuertes.
Ellos no eligieron ser del Cartagena. El Cartagena les eligió a ellos. Aunque muchos tienen oportunidad de ver fútbol de superior categoría, reniegan una y otra vez de la misma escandalizados ante la sola posibilidad de perderse un partido de su Efesé. Llevan en vena esta droga que son los colores blanquinegros. Una droga que les está quitando la vida poco a poco pero que necesitan para seguir siendo ellos mismos. No lo pueden evitar; están atados, como Ulises, al mástil de un barco que se ha hundido y naufragado cientos de veces. Son rehenes del infortunio… pero les da igual. Aunque ese barco se vuelva a hundir...allí estarán.
Se les conoce también como los desheredados, los desventurados…los desdichados que sufren cuando otro, menos aficionado que ellos, insulta a uno de los nuestros o profana sin educación un respetuoso minuto de silencio en el estadio proyectando una imagen detestable de lo que ellos quieren tanto. Ciertamente, son unos incomprendidos. Para sus adentros lamentarán una y otra vez ser de este club o pertenecer a esta ciudad en la que hay tanto mediocre y conformista. Pero de puertas para afuera se mostrarán altivos, y proclamarán en voz alta su condición de hinchas del Efesé. No, no cambiarían por nada del mundo el orgullo que sienten de ser cartageneros y amar estos colores.
Son los mejores aficionados que puede haber; fieles escuderos del estandarte de las cuatro torres por los tiempos de los tiempos; son el único y verdadero patrimonio de este Club. Maltratados por el destino, les hace tanta ilusión estrecharle la mano a Mariano Sánchez como al mejor madridista estrechársela a Raúl o al mismísimo Zidane. Para ellos no hay diferencias ¿habría de haberlas? Jamás. Nadie quiere a ningún equipo tanto como ellos al suyo. Esté en la categoría que esté…
Llegará un día, por lejano que parezca, en el que ocurra lo inesperado…lo imposible. Ese será el día en el que Cartagena se teñirá de blanco y de negro y por sus calles, alborozados, se cuenten por miles los aficionados que paseen su dicha ataviados con una camiseta o una bufanda de rigor. Marcharán en romería rumbo al submarino o a la Plaza de España para dar rienda suelta a su júbilo y poner fin a una larga travesía que, repleta de penalidades, duró demasiados años y se cebó injustamente con toda una generación. Sí, todos serán del Efesé; El padre, el suegro, la hermana y hasta la abuela se felicitarán y brindarán entre el llanto y las carcajadas por la gesta conseguida y por la ventura de poder ver al equipo de la ciudad, por fin, donde de verdad se merece.
Entonces todo será perfecto, todo encajará…excepto una cosa; esos no serán ellos…
No, su sonrisa les delatará…será distinta, su llanto será distinto y su satisfacción será distinta. Se reconocerán entre sí y se lanzarán miradas cómplices entre el bullicio. Sus alaridos de alegría resonarán entonces con tal estruendo que harán temblar los cimientos de una ciudad harta del fracaso que por fín comenzará a ver la luz.
Ellos serán aquellos cuyos derechos, ganados a lo largo de los años, se vean pisoteados e igualados a los del resto de aficionados de nuevo cuño. No les importará. Serán los mismos a los que no hará falta llamar si se vuelve a caer de nuevo en desgracia porque estarán allí los primeros; los encargados de contarles a las nuevas generaciones como era el Cartagena cuando no jugaba en Primera División.
Ellos sois vosotros, los que inundais cada domingo las gradas del Cartagonova con vuestra esperanza e ilusión; la orgullosa afición del Cartagena.