martes, 13 de octubre de 2009

Aló Presidente

Cada vez que nuestro presidente abre la bocaza, no importa la de sandeces que diga, hay una tribu de palmeros bastante ruidosa entre la afisión que no duda en postrarse de hinojos ante sus palabras y lanzar una serie de vítores a su favor que suelen cristalizar en frases tan “eruditas” como “Olé los cojones del tío Paco” o esa otra, tan manida, de “El Presi es un crack”. El analfabetismo funcional de estos sujetos les impide darse cuenta de que a ojos de cualquiera que haya desprecintado su materia gris, Paco Gómez parece un paleto prepotente que arrastra el nombre de Cartagena cada vez que le acercan un micrófono convirtiéndonos en el hazmerreir de la división de plata.

Desconozco qué ve la gente en estos personajes que, al más puro estilo Belén Esteban, seducen a buena parte de su audiencia exhibiendo sin complejos sus carencias intelectuales y de corrección, convertidas en virtudes por el vulgo más irracional. Da igual que hayan llegado a la fama a través de un oportuno braguetazo o pelotazo urbanístico; únicamente deben decir lo primero que se les pase por la mollera (y expresarlo, a ser posible, con cierta dosis de ordinariez) para erigirse en representantes del pueblo tan legítimos, o más, que alguien que haya estudiado varios doctorados y se haya abierto camino en la vida a base de esfuerzo y sacrificio.

Pero, volviendo a lo nuestro, en el caso de Paco Gómez a mí lo que me molesta no es lo que diga o deje de decir. Conozco al personaje y soy consciente de que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo que realmente me provoca arcadas es la sumisión y servilismo con el que buena parte de la afición, incapaz de diferenciar unas cosas y otras, aplaude sus salidas de tono sin darse cuenta del ridículo tan espantoso al que en ocasiones, y como representante nuestro, nos condena a todos. “Lo que diga Paco Gómez” (Peña Paco Gómez dixit).

Da igual que PG diga que vamos a ascender y que los futbolistas vienen a Cartagena porque él es un tipo genial; lo que, dicho por cualquier otro presidente, sería considerado un acto de soberbia pasa a convertirse, en PG, en “sana ambición”. Da igual que diga que los jugadores son unos mercenarios o que, de no recibir ayudas, se llevará al equipo a otra ciudad; su falta de respeto hacia los cartageneros es interpretada como un indudable “ejercicio de honestidad”. Da igual que le pegue cuarenta patadas al diccionario en cada frase que pronuncia; su analfabetismo pasa a considerarse “cercana campechanía”. Da igual que el club no se pronuncie, por ejemplo, en el tema de Mobel y la duplicidad en las camisetas, o que no se convoque a Radio Marca a una rueda de prensa; la culpa, seguramente, será de alguna jefa de prensa, un político, o algún gerente despistado, pero nunca del presidente. Da igual que PG mienta descaradamente y diga en el programa de deportes con más audiencia en nuestro país que compró el equipo hace seis años cuando, en realidad, él no es dueño de nada (al menos de momento); ¿A quién le importan esos detalles?

Sé que esto que digo es muy impopular, sobre todo en unas circunstancias en las que, gracias al empeño de PG, estamos disfrutando del mejor momento de nuestra historia. Seguramente yo le esté más agradecido por todo lo que ha hecho que la mayoría de los que le bailan el agua. Pero lo cortés no quita lo valiente. Ya he dicho que no es el comportamiento de PG lo que me asquea, sino el de esos aficionados genuflexos e incapacitados para entender que el presidente del Cartagena no puede comportarse como un hincha más e ir diciendo por ahí lo primero que se le antoje; que debe mantener cierta compostura y decoro por respeto al club y la ciudad que representa o, simplemente, callarse.

Esta falta de espíritu crítico hacia Paco Gómez, a la larga, sólo puede hacernos daño. Una afición que, como la cartagenera, aspira a convertirse en entendida y pasar muchos años en el fútbol profesional, no puede estar dispuesta a cargar contra todo lo que se mueva para defender a su Efesé (jugadores, prensa, políticos…) y, sin embargo, mantener en una urna de cristal la figura de su presidente por mucho que le debamos todos. A él también hay que exigirle y cuando se equivoca, decirlo: no pasarle la mano por el lomo.


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