El otro día tuve la oportunidad de leer la entrevista que Francis Moya le hizo al entrenador del Cartagena, Juan Ignacio Martínez en la redacción del periódico La Verdad. En un momento determinado de la misma, cuando se abordó lo acontecido en el final de la temporada pasada, JIM se revolvió contra el periodista y le acusó, junto a otros compañeros de profesión, de haber buscado la carnaza y haber hecho campaña por su cese en aquellas fechas. En tono desafiante, retó en varias ocasiones a su entrevistador a publicar íntegramente sus palabras y cuando consideró oportuno, se levantó de la silla y se marchó de mala manera.
Sin embargo, como soy hombre que desconfía de las primeras impresiones, mucho más si me dan la razón, decidí releerme la entrevista, prestándole algo más de atención, no fuera a ser que yo, fan declarado de JIM, estuviera pecando de parcialidad o realizando un análisis demasiado interesado. Fue así como comencé a encontrar algunas frases que me chirriaban bastante. Por ejemplo, ¿cómo puede decir JIM que no tenía detractores que cuestionaban su trabajo y que todo fue invención de la prensa? ¿Acaso yo no estaba en la grada y oía a los que lo ponían a parir? ¿Cómo que el presidente no ha dicho nunca que los jugadores se vendieron? ¿Es que no fue todo el mundo testigo de sus palabras? En definitiva...¿es que todos somos gilipollas?
Fue entonces cuando comenzó a instalarse en mi cabeza la idea de que, tal vez, Juan Ignacio no estaba siendo del todo ecuánime y había sacado las cosas de quicio. Al fin y al cabo, que un periódico publique una encuesta consultando a sus lectores acerca de la idoneidad de un entrenador para el banquillo de un equipo tampoco es tan raro, ni tan grave. ¿Cuántas no le publicaron, por ejemplo, a Pellegrini en el Marca el año pasado, cuando era entrenador del Real Madrid? ¿Qué hubiéramos dicho de él si hubiera montado en cólera y hubiera acusado a los redactores de Marca de hacer campaña en su contra? Pues probablemente que no está a la altura del club que representa y que si no sabe aceptar la crítica, debería dedicarse a otra cosa o quedarse en su casa. ¿Habría de ser diferente en el caso del Cartagena?
A estas alturas, por supuesto, ya estaba arrepentido de mi primera impresión y había llegado a la conclusión de que Juan Ignacio no había estado afortunado. Es más, mi grado de indignación con su comportamiento era tal que decidí prestarle más atención (todavía) a algunos detalles de la entrevista y reparé, por ejemplo, en ese momento en el que JIM le dice al periodista “Yo estaba en mi casa y me llamaron compañeros tuyos para decirme que tu periódico me estaba montando una encuesta de “Juan Ignacio sí o no” antes de un partido”
¿Compañeros? ¿Qué compañeros? Porque claro, más que compañeros, y tal y como está relatado, a mí me da la sensación de que eran chivatos de tres al cuarto interesados en azuzar e instigar a JIM, quién sabe si con la esperanza de ganarse un trato preferencial suyo en el futuro, en detrimento, precisamente, de quien publicó la encuesta de marras. Supongo, eso sí, que serán los mismos compañeros que durante la semana pasada guardaron ignominioso silencio sobre este asunto allí donde un periodista de verdad, digo yo, que hubiera publicado algo recordándole al entrenador del Cartagena el significado de la libertad de prensa.
Pero volviendo a la cuestión fundamental, lo que ha quedado meridianamente claro es que en el Cartagena, y en su entorno, siguen acontenciendo cosas más propias de una película de Berlanga que de un club profesional, con una prensa profesional. Y en la medida en la que continuemos por este camino, difícil será que alcancemos la autoridad moral necesaria para reclamarles eso, profesionalidad, a unos jugadores que ven cada día lo que se cuece a su alrededor. JIM, tal vez sin proponérselo, ya les ha enseñado a los jugadores cómo deben reaccionar ante la crítica en el futuro.